La precariedad laboral es nefasta para la salud. Vaya descubrimiento. El hecho es que me recorrió un escalofrío cuando recordé lo jodido que resulta estar sin empleo al ver, hace pocos meses, el anuncio del número de parados: 2.500.001. ¿Quién sería ese "uno" que rompía la belleza de los números redondos? Ahora ya superamos de largo los tres millones de desempleados, demasiada gente. Como nos dicen los periodistas
sensibles, detrás de esos números se encuentra la historia de muchas personas.
Cada uno tiene su carácter y encaja los golpes a su manera. Pero algunos golpes bajos duelen más que otros. Golpes a traición, puñaladas traperas que no ves venir hasta que ya es demasiado tarde,
mala gente. Y surge la inevitable pregunta: ¿por qué a mí? Pasado el lloriqueo y la rabia, piensas ¿y por qué a mí no? ¿Acaso soy especial, mejor que los demás? Descubres, porque en el fondo ya lo sabes, que no, no lo eres, y tampoco mereces un trato preferente por parte de la vida. Debes apechugar como todo hijo de vecino. Ajo y agua.
Alguna vez he dicho que a los pobres nos tendrían que prohibir el orgullo. Estás sin trabajo, así que te pones a buscar de lo tuyo. Sé realista, de lo tuyo hay poco y es difícil. Te encabezonas, y pasan las semanas sin que aparezcan anuncios de lo tuyo en La Vanguardia (hace 10 años no se estilaba buscar empleo por internet). Para más inri, tampoco tienes amigos o conocidos que te puedan dar un empujón. Solo te tienes a ti mismo. Muchas veces eso resulta insuficiente, pero es lo que hay. Yo
no tengo ni el talento ni
los padrinos de la Infana Elena. En fin, nadie dijo que esta película fuera fácil ni tuviera final feliz. Así que jódete, aprieta los dientes, pon buena cara (para disimular que estás roto por dentro) y tira pa'lante. Eso o húndete en la miseria.
En el interín se casa uno de tus mejores amigos. Sufres un ataque de pánico. Miras los bolsillos. No encuentras para un regalo decente. Sí, él podría entenderlo, pero la vergüenza no te la quita nadie. Por si fuera poco, en la boda te encontrarás a conocidos. Comenzará la rueda de cómo te va la vida y qué les dirás. La verdad, claro. Vaya mierda de verdad. Poco a poco te vas encerrando en ti mismo, no puedes seguir el ritmo de los demás, y no sabes si por culpa tuya (que también, a causa de ese dichoso carácter tuyo) o por parecer (o ser) un fracasado, te comienzas a ver solo, como un apestado, como si llevarás la mala suerte pegada cual leproso moderno.
Sí, podrías trabajar en algo que no te gusta por cuatro chavos. ¿Y para eso me he roto los cuernos estudiando? Pues sí, lo que pasa es que esa lección no la enseñan en la universidad. Hasta que al final, meses y meses después, te sale algo de lo tuyo... a 600 km. de tu hogar. Coges los bartulos y te largas. ¿Qué vas a hacer? ¿Esperar que el empleo venga a buscarte a tu casa? Olvídalo. Me voy, y cuando pueda ya volveré con trabajo. Los currantes hemos desarrollado las habilidades de las aves fénix. Eso o el abismo. Conocí a alguno que acabó en
algo parecido a un abismo personal. Saberlo hace que bregues más fuerte contra la marea y las olas antes que dejar que te hundan.
Para mi desgracia me he quedado sin empleo más de una vez. No hay más narices que seguir adelante, cueste lo que cueste. Porque la vida sigue, y si te descuidas te deja atrás, en una estación abandonada y sin nombre, más solo que la una.